Me remonto al final del verano de 2004. En una tarde de septiembre en la que todavía apretaba el calor conocí personalmente a Manolo Salazar, un deportista, un escalador, un montañero nacido en Madrid pero que con el paso de los años se había jerezanizado hasta convertirse en un andaluz más. La sencillez y la humildad con la que Manolo me contaba las cosas, hacía que sus aventuras parecieran de andar por casa, cuando en realidad se trataban de historias espectaculares vividas a 8.000 metros de altura.
Aquella tarde de charla, más otras conversaciones telefónicas me sirvieron parar realizar un reportaje a doble página con un texto cargado de vertiginosas vivencias y unas tremendas fotografías en las que no solo se podía ver a Salazar danzando en lo más alto del mundo, sino también a una Edurne Pasaban descompuesta por el frío o al mismísimo Oiarzabal recibiendo oxígeno casi inconsciente (ambos tuvieron que ser intervenidos quirúrgicamente y Juanito perdió varios dedos de los pies).
Aquí os dejo un reportaje que me gustaría que sirviera de homenaje para un Manolo Salazar que falleció dos años después (2006) entrenando mientras subía el Mulhacén. Descanse en paz.
Aquella tarde de charla, más otras conversaciones telefónicas me sirvieron parar realizar un reportaje a doble página con un texto cargado de vertiginosas vivencias y unas tremendas fotografías en las que no solo se podía ver a Salazar danzando en lo más alto del mundo, sino también a una Edurne Pasaban descompuesta por el frío o al mismísimo Oiarzabal recibiendo oxígeno casi inconsciente (ambos tuvieron que ser intervenidos quirúrgicamente y Juanito perdió varios dedos de los pies).
Aquí os dejo un reportaje que me gustaría que sirviera de homenaje para un Manolo Salazar que falleció dos años después (2006) entrenando mientras subía el Mulhacén. Descanse en paz.
Comentarios
Publicar un comentario